A todos nos aterra a eso que denominamos “rutina”, a esos horarios fijos
que perduran durante un tiempo indefinido y extremadamente eterno para algunos.
Para otros, simplemente es aquella rutina que se hacía necesaria, esa maldita
hora donde el despertador marcaba las siete de la mañana y por costumbre con el
mismo mensaje de siempre, ese que con los ojos entreabiertos, te hacía sonreír
de esa manera tan tonta. No existían esos “Buenos días princesa”, de hecho,
jamás han existido, pero no le hacía falta decirlo para que ella supiera que de
verdad lo era, él ya la hacía sentir como tal.
Tan solo quedaba esperar, que las horas se convirtieran en minutos, y los
minutos en segundos, para verle. Y cuando llegaba la hora, allí estaba él, con
esa maldita camisa a cuadros que le regalaste, esa que tanto quiso y nunca
tuvo. Esa camisa que abrochaste y desabrochaste hasta no poder cansarte, esa
con la que un día te despertaste. Esa camisa…esa que era suya, y tuya, más bien
la que fue nuestra.
A pocos metros, se apreciaba esa cara de sueño que tanto le delataba, esa
sonrisa que poco a poco se creaba. Después la agarraba y la besaba. Sin mucho
tiempo entre manos, juntos iniciaban otro nuevo día, que se sumaba al
calendario.
Septiembre había llegado, y con él las diferentes tonalidades de aquél paisaje
por el que paseaban todas las mañanas.
Y una vez más viviendo sueños, que una vez desearon, se separaron para
cumplir con sus rutinas por separado. Él siempre la esperaba en el sitio de siempre
para acompañarla a casa, donde la despedida jamás se proclamaba. Y prometiéndola
que se volverían a ver en cuestión de horas, ella marchaba a ritmo de su banda
sonora.
Efectivamente, en un par de horas, allí estaba…tocando la puerta de aquella
forma tan peculiar que le delataba. Subiéndose a sus brazos, ella le besaba. Y
hasta que no anochecía, él no la dejaba, siempre a la misma hora, y en el mismo
lugar, no era casualidad, era destino que después de cada pique, se fundieran
en un mar de risas.
Ella le adoraba, adoraba cada uno de sus gestos, el dulce sabor de sus
besos. Adoraba cada una de sus manías. Adoraba aquella forma en que la cogía.
Al despedirse, ella se aferraba, y él le prometía un “mañana” y aquel “siempre”
que tan lejos sonaba. Le prometía todo, y lo cumplió poco a poco.
Tan poco, que no supo prometerle este próximo Septiembre.
Caen despacio las hojas del calendario, Septiembre ha llegado trayendo en
sus pasos la melancolía que se abraza a la nostalgia, el recuerdo de todo
aquello que nos había marcado.
Tan solo me queda disipar aquella extraña soledad que envuelve tu figura, reconocer
que debo inventar nuevas rutinas; Se irá tu nombre escondido entre el
sabor dulce de mis labios, se irán conmigo los tantos sueños que escribí por ti
a diario.
En mí gastado calendario ya no hay esa fecha que tanto significaba, ni
aquél nombre que tanto recordaba.
No hay comentarios:
Publicar un comentario