miércoles, 4 de septiembre de 2013

Vivir contigo, pero sin ti.


Querido Adán,

Estamos a principios de Septiembre, ya quedan sólo unas semanas para que sea otoño. Nada ha cambiado desde la última vez que estuviste aquí. La vecina de arriba continúa molestando con el taconeo de sus zapatos de aguja cuando llega de trabajar, el niño de la familia de al lado continua llorando en las noches de tormenta, en las que incluso yo me acurrucaba asustada cerca de tu ser. Tan cerca que notaba tu dulce y caliente respiración, protectora, siempre al descompás de la mía. Continuo haciendo comida para dos, continuo poniendo un tenedor de más en la mesa de los domingos cuando hay paella para comer en casa de mis padres. Aún respeto tu lado de la cama, nuestra cama. Aún conservo aquellas viejas fotos de Londres en la nevera, donde viajamos cuando te subieron el sueldo. Aún tengo aquel sofá donde tantas guerras de cosquillas han tenido lugar, para decidir quien fregaba los platos.
Todo me queda grande Adán. La casa es enorme. La cafetera para dos, que compramos en aquellos chinos baratos, me recuerda día a día que nunca habrá una taza más que alguien se llene con aquella bebida caliente con saber amargo. Las cartas a tu nombre continúan llegando, ahora soy yo la que lleva todo el tema de facturas. Ahora ya no hay nadie con quien pueda discutir sobre quien lleva los pantalones en casa, aunque claro está cariño, era yo.

Estamos a principios de Septiembre y yo,… continúo  echándote de menos. Espero, que estés donde estés, cuides de mí. Cuando al fin la muerte decida que nos volvamos a ver, continuaremos viviendo al máximo la otra parte de la vida. Juntos. Mientras, recuerda que te querré siempre.

                                                                                                                 Con amor, Sofía.

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