lunes, 23 de septiembre de 2013

Matrícula de honor en la vida.

Cuando crees que ya nada puede ir mal, porque simplemente ya has tocado fondo. Viene la vida, puta una vez más, y te demuestra que no aún no lo habías palpado bien, ahí bien al fondo del pozo.
Todo aquello que pensabas que no acabaría nunca desaparece como el azúcar en el café, como si nunca hubiera existido. Y aquellas personas más adictivas que ese cigarrillo después de hacer el amor, se esfuman como el humo de la primera calada.
Vas coleccionando las piedras con las que has ido tropezando al cabo de los años. Y ahora tras haberlas recolectado, las pones una tras otra en línea recta, para ir directo a la felicidad. Pero por lo que parece aún nos faltan muchas piedras que recolectar y colocar, al menos, hasta llegar al punto clave. Por ahora el sol no brilla, incluso la estrella polar que indicaba el norte de la vida, ha decidido ir a tomar un par de tequilas a tu salud con el resto de la constelación.
Vivimos a base de derrotas y victorias, de decepciones e ilusiones. Pero solo marcamos el final del juego cuando le hagas jaque y mate a esta vida puta, que había matado a cada uno de tus peones y sin darse cuenta, le ganaste la partida con sólo hacerle perder un trebejo, una pieza de esas dieciséis que hay en su lado del tablero, el rey. Porque a la primera de cambio no puedes bajarte del coche, tienes que aprender a manejar las marchas, y el acelerador.

Aunque tengamos que tener claro que todo en esta vida tiende a desvanecerse, el café se enfría, el vapor que espiramos en pleno invierno se disipa, las sonrisas con aquel extraño que acabas de conocer se convertirán en recuerdos, los años pasan y las personas cambian. Y la vida, la vida pasa al son del tic-tac del reloj, nada esta marcado, no sabemos lo que pasará. Los días pasan, sin más, no podemos controlarlo. Y eso es lo que deberíamos de hacer, quemar y quemar calendarios. Vivir sin horarios, simplemente sobrevivir a diario.

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