Era, probablemente, el día más frío
del año. Como de costumbre llegaba tarde y estuve a diez segundos de
perder el metro, compañero de mi absurda rutina. Siempre el mismo
asiento, siempre la misma gente. Una parada, dos, tres. Y entonces,
como por arte de magia, apareció. En ese momento no era consciente
de que el destino estaba haciéndose notar. Empecé a analizar; un
cabello rubio totalmente alborotado que se asomaba bajo un viejo
gorro negro, unos increíbles ojos azules que parecían no tener
fondo, unos labios cortados y muy, muy rojos. La bufanda comenzó a
apretarme levemente el cuello y decidí quitármela. Mientras, no
podía sacar mis ojos de su cara, de él en general. Sus manos
sostenían un skate de ruedas que parecían haber conocido muchas
calles. Creí que debía dejar de mirarle, no quería mostrar
excesivo interés. Miré hacia los lados y pasé mi mano por mi pelo,
como echándolo hacia atrás. Podía notar sus ojos sobre mi. No me
atreví a devolverle la mirada; sus ojos tenían una fuerza que jamás
había conocido. Incitaban a perderte en ellos, para siempre. Oí a
lo lejos la misma voz de cada día anunciando la próxima parada,
justamente la mía. Le miré por última vez y, como supuse, sus ojos
me esperaban para, a continuación, despedirme. Me levanté y me
acerqué a la puerta decidida a salir. Al poner el primer pie en el
andén me arrepentí profundamente por no haber buscado una excusa
para hablar con él. Yo misma me sorprendía por ese pensamiento, pero
jamás me había pasado algo así. Me giré y busqué su rostro
entre la multitud que se alejaba; seguía mirándome con un gesto
algo nervioso. Aunque, siendo sinceros, era un extraño, alguien al
que muy probablemente jamás volvería a ver. Era estúpido darle
cabida e intenté deshacerme de ese pensamiento. Al salir a la calle
el frío me golpeó bruscamente; noté como se colaba por mi sudadera
y, en seguida, me di cuenta de que no llevaba la bufanda. La había
olvidado en mi asiento. Ahora entendía la expresión nerviosa de su
cara mientras se esfumaba, solo intentaba decírmelo. Tal vez mañana
volvería a verle a la misma hora, en el mismo vagón... con mi
bufanda entre sus dedos. O tal vez jamás volveríamos a coincidir.
Por primera vez todo dependía de la generosidad del destino. Aunque
realmente no importaba si las estadísticas estaban en mi contra
mientras existiera ese 1% de posibilidades.
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