sábado, 7 de septiembre de 2013

Un amor pasajero

Era, probablemente, el día más frío del año. Como de costumbre llegaba tarde y estuve a diez segundos de perder el metro, compañero de mi absurda rutina. Siempre el mismo asiento, siempre la misma gente. Una parada, dos, tres. Y entonces, como por arte de magia, apareció. En ese momento no era consciente de que el destino estaba haciéndose notar. Empecé a analizar; un cabello rubio totalmente alborotado que se asomaba bajo un viejo gorro negro, unos increíbles ojos azules que parecían no tener fondo, unos labios cortados y muy, muy rojos. La bufanda comenzó a apretarme levemente el cuello y decidí quitármela. Mientras, no podía sacar mis ojos de su cara, de él en general. Sus manos sostenían un skate de ruedas que parecían haber conocido muchas calles. Creí que debía dejar de mirarle, no quería mostrar excesivo interés. Miré hacia los lados y pasé mi mano por mi pelo, como echándolo hacia atrás. Podía notar sus ojos sobre mi. No me atreví a devolverle la mirada; sus ojos tenían una fuerza que jamás había conocido. Incitaban a perderte en ellos, para siempre. Oí a lo lejos la misma voz de cada día anunciando la próxima parada, justamente la mía. Le miré por última vez y, como supuse, sus ojos me esperaban para, a continuación, despedirme. Me levanté y me acerqué a la puerta decidida a salir. Al poner el primer pie en el andén me arrepentí profundamente por no haber buscado una excusa para hablar con él. Yo misma me sorprendía por ese pensamiento, pero jamás me había pasado algo así. Me giré y busqué su rostro entre la multitud que se alejaba; seguía mirándome con un gesto algo nervioso. Aunque, siendo sinceros, era un extraño, alguien al que muy probablemente jamás volvería a ver. Era estúpido darle cabida e intenté deshacerme de ese pensamiento. Al salir a la calle el frío me golpeó bruscamente; noté como se colaba por mi sudadera y, en seguida, me di cuenta de que no llevaba la bufanda. La había olvidado en mi asiento. Ahora entendía la expresión nerviosa de su cara mientras se esfumaba, solo intentaba decírmelo. Tal vez mañana volvería a verle a la misma hora, en el mismo vagón... con mi bufanda entre sus dedos. O tal vez jamás volveríamos a coincidir. Por primera vez todo dependía de la generosidad del destino. Aunque realmente no importaba si las estadísticas estaban en mi contra mientras existiera ese 1% de posibilidades.

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